El amor lleva la misma incertidumbre que la de un practicante de tiro con arco.
No importa la experiencia que tenga en el deporte, siempre le lleva varios minutos decidir la postura y el punto exacto donde efectuar su tiro.
Y una vez lanzada la flecha ya no hay vuelta atrás, pudo haber acertado en el blanco o errarle por unos centímetros. Así y todo no descansaría hasta que la flecha llegue milimétricamente al centro y cuando lo logran, la satisfacción alcanzada se siente el doble. Sin embargo a los arqueros jamás se les ocurriría relacionar su práctica con la rebuscada idea del querer, sino ya andarían presumiendo y llamándose a sí mismos, los expertos de la perseverancia en la praxis del amor.
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