jueves, 4 de julio de 2019

Historias añejas.

Nadie narraba historias con la misma euforia y vocación que la de mi abuelo. Las tardes de frío y de chocolate caliente acompañaban sus relatos y, cada sorbo, incrementaba la imaginación, dejándome siempre con ganas de otra taza. Era evidente su destreza para sumergirme en un mundo paralelo de fantasía donde el living se transformaba en bosque y el cielo raso en cielo azul.
Dentro de su catálogo había varios tipos de cuentos, leyendas y mitos. Aún así, yo tenía uno preferido, que destacaba sobre el resto porque su final era distinto a todos. Una vez acomodada en el sillón, el viejo silbaba una melodía meliflua con aires medievales que daba comienzo a la historia. Se trataba de una leyenda urbana, donde el protagonista era un dragón a quien todos le temían y en la cuál pasada cierta hora del día, los habitantes del pueblo tenían prohibido salir de sus casas.
No se sabía mucho del protagonista, solo que se adentraba en un bosque llamado Aznatsnoc y, según los dichos, su vivienda era una cueva oscura rodeada de huesos y adornada con huellas gigantes teñidas de carbón. Muchos pueblerinos habían intentado más de una vez adentrarse entre la maleza para acabar con él y con el miedo que les proporcionaba. El "reptil evolucionado" cómo muchos le decían, era todo un misterio. En verad, nunca nadie lo había visto, pero sí podían distinguir a la distancia sus llamaradas que sobresalían entre los árboles.
Cada nueva información o mínimo detalle que lograban conseguir los valientes, se pasaba de boca en boca. El pueblo debía mantenerse informado para evitar una desgracia. Le rendían ofrendas en medio del bosque que, al cabo de una semana, desaparecían por completo. Consideraban que era una suerte de pacto para que se mantuviera tranquilo. El tiempo transcurría y el dragón seguía vivo en los labios y memoria de cada generación que pasaba.
Luego de muchos años, las ofrendas dejaron de ser recogidas y las llamaradas de ser vistas. El pueblo estaba confundido, pero la leyenda se había transformado en parte de su historia. Pensaron que quizás el enorme reptil se había marchado o que estaba muy viejo y que, al fin, había decidido dejar de cobrarle al pueblo para descansar en paz. Fueron muchas las conjeturas y muy pocas las certezas.
-Vaya épocas de travesuras- dijo la anciana ardilla mientras se mecía en su antiguo sillón.
Sentado frente al fuego con sus nietos alrededor agregó -Pensar que me convertí en leyenda, con un encendedor de lata y unos buches de gasoil- dijo y largó una breve carcajada -Algún día ustedes también tendrán un gran secreto que se convertirá en historia. Los pequeños lo miraban con los ojos grandes; -Contános otro abue!- se escuchó desde un rincón.
 Y él viejo sonrió.





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